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La Frontera

Escrito por

Araceli Espinoza

Basel, Suiza



Muchos años después del fin oficial de las guerras de la Campaña del Desierto en Argentina (1885) y de la Pacificación de la Araucanía en Chile (1883) al País Mapuche (Wallmapu) se le siguió llamando La Frontera, tal como lo hicieron antes los colonizadores españoles por cientos de años.

Incluso hasta hoy, en la región de la Araucanía en Chile muchas instituciones llevan por nombre La Frontera, por ejemplo, la principal Universidad regional.

Los Estados Nacionales de ambos lados de Los Andes habían conquistado un gran Territorio e impusieron sus líneas divisorias y controles aduaneros fronterizos arbitrariamente en el Wallmapu, pero como estaban aún lejos de controlarlo, promovieron entre los años 1850 y 1920 la llegada masiva de inmigrantes europeos, para consolidarse económica, política y administrativamente en el territorio Mapuche histórico.

Sin embargo, los Mapuche siguieron desplazándose a uno y otro lado de la Cordillera de los Andes, movilizados por los ciclos de las estaciones, como lo había hecho por miles de años, ignorando esta imposición extranjera.

Del lado de lo que hoy conocemos como la Patagonia Argentina, está el Pwelmapu (Territorio del Este). Allí, en el desierto, reinan los guanacos, los ñandúes y los piches y era el lugar para pasar el invierno, más cálido de día y menos lluvioso que la selva húmeda del sur de Chile. En ese lugar nací y viví hasta que mi padre decidió llevarnos al país verde de mis cuentos de la infancia. Así, nos trasladamos, como miles de seres humanos lo hicieron antes que nosotros, al Ngulumapu (Territorio del Oeste), en el lado chileno, donde la tierra es fértil y los Mapuche pasaban el verano criando su ganado y recogiendo los frutos del bosque milenario: piñones, nalcas y digüeñes.

Desde niña sentí una identificación muy potente con esta forma de desplazamiento natural y cíclico. Mi abuela chilena solía abandonar el territorio argentino en verano, para viajar a ver familiares y amigos en Chile y, a su vuelta, llegaba cargada de semillas y otras cosas que ocultaba del control aduanero fronterizo, nunca supe cómo. En el otro lado de la cordillera era “tiempo de” las cerezas, de ajíes, del maqui, de la murta , changles y mil cosas más. Este “tiempo de” aludía al momento en que estos productos de la tierra, silvestres o cultivados, podían cosecharse.

Tiempo de cosecha es tiempo de viajar, de moverse donde la Madre Tierra nos regala sus frutos. En el Wallmapu siempre se vivió esta trashumancia, que mi abuela, como la mayoría de la gente del sur de Chile, había heredado de sus habitantes originarios.

Cuando llegué a vivir a Suiza y comencé a estudiar alemán, una de las primeras preguntas que me hicieron fue: “Woher kommst du? (¿De dónde vienes?) Y la respuesta que me surgió espontánea y jamás he cambiado fue: “Ich komme aus Patagonien”.

Porque “La Frontera” nunca existió para mí y mi familia. En Patagonia muchos no somos ni chilenos ni argentinos, porque tenemos doble nacionalidad o familiares en ambos lados de la cordillera.

Patagonia significa para mí lo que para los Mapuche el Wallmapu. Mi lugar de origen o lo que los suizos llaman el “Heimatort”. Un espacio no solo geográfico, sino también social, cultural y ecosistémico, que se siente como hogar ancestral y no lo delimita ningún conquistador ni ningún mapa.

Desde el estallido social de octubre 2019, siento que muchas fronteras se han estado derribando en Chile y este sentido de pertenencia comunitaria, que va más allá de la geografía, de la clase social y del origen étnico, comienza de a poco a impregnar la sociedad.

La sociedad chilena comienza de a poco a vivir un despertar que la lleva de vuelta a sus orígenes, más allá de las fronteras impuestas por el conquistador. Y quizás algún día desaparezcan también las barreras creadas por un sistema político y económico profundamente deshumanizado y opresivo. Y así, volvamos a nuestras raíces, que trascienden la frontera de la desigualdad social.




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